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En las escuelas chilenas, la diversidad sexual sigue siendo una temática ambivalente. A contar del año 2012 el país ha aprobado una serie de cuerpos legales que buscan proteger diferentes grupos -incluido el colectivo LGBT- de la violencia arbitraria y la intolerancia social. Aun cuando estos cambios van a la par de una mayor aceptación social de la homosexualidad en el país, en la práctica el prejuicio social sigue existiendo, especialmente en espacios educativos, como distintas organizaciones civiles y académicas han denunciado (Barrientos, 2015)
Para confrontar esto, el sistema escolar chileno ha adoptado diferentes regulaciones y recomendaciones emanadas del Ministerio de Educación. De cierto modo, estas normativas buscan regular la convivencia al interior de las escuelas, pero no apuntan a cambiar el currículo escolar, haciendo del reconocimiento LGBTI un asunto incompleto (Rojas et al. 2019) En paralelo, estas políticas se focalizan en los estudiantes, dejando pendiente la pregunta sobre como los profesores y otros adultos que forman parte de la escuela experimentan la diversidad sexual-
De acuerdo con Connell (2015), les profesores gays y lesbianas deben enfrentar permanentemente dos normas contradictorias en su lugar de trabajo. Por una parte, en las escuelas, elles deben presentarse a sí mismos como sujetos “desexualizados”, como profesionales que mantienen su intimidad en el espacio de lo privado. Por otra parte, deben ser homosexuales “orgullosos” de su homosexualidad, de manera de convertirse en personas modelo frente a sus estudiantes y colegas, respecto a cómo se enfrenta la violencia homofóbica cotidiana. Como resultado, aparece de nuevo una cierta ambigüedad en lo que respecta al hacer dialogar la identidad profesional con la personal. Pero como sugiere la autora, la forma de resolver esta tensión depende de la intersección de otras variables adicionales: género, clase y raza, al menos, todas las cuales producen formas específicas de violencia homofóbica.
Siguiendo esta premisa, esta presentación expone los resultados de una investigación cualitativa realizada en tres ciudades chilenas, en las cuales se subraya la influencia de las desigualdades sociales y las consecuencias de experimentar la violencia homofóbica en la biografía de 24 docentes gays y lesbianas. En principio la manera de internalizar, confrontar o incluso reproducir esta violencia en el espacio escolar se relaciona con la manera personal de enfrentar dos normas sociales específicas al contexto local: la ambivalente aceptación de la homosexualidad en las escuelas y la manera en como el pudor es moldeado por la moral, la clase social y el género del individuo. Ambas normas producen una identidad homosexual despolitizada, que difícilmente puede cambiar la norma sexual de las escuelas y el contexto de reconocimiento escolar de la diversidad sexual.