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La obra del poeta chileno Juan Luis Martínez se constituye de una parte visible y otra parte invisible que se vislumbra poco a poco mediante publicaciones póstumas. Las obras visibles del poeta se basan, mayormente, en el reciclaje de un archivo a la vez literaria y cultural, del oriente tanto como del occidente. De hecho, su última obra, El poeta anónimo (2014), parece ser el resultado de la conjunción de un poeta, una biblioteca y una fotocopiadora. Sin embargo, lo que se plantea en cada uno de sus obras es un gran enigma, un juego, un laberinto aparentemente interminable que ha convertido sus investigadores en seguidores del culto del secreto. Y si cada obra se presenta como un enigma a resolver, el conjunto de sus obras, visibles e invisibles, ya es una ficción suprema – un arquetipo que ha servido para generar las otras ficciones del autor. La última ficción de este autor que juega con los archivos es su propio archivo, tanto visible como invisible; me refiero a su biblioteca personal que ocupa la casa de su familia y las cajas que guardan los materiales inéditos del poeta, postergando el sentido final de sus obras hasta un tiempo futuro indeterminado. En ese sentido lo que propongo es un análisis que trata de entender su obra como un conjunto de sus obras publicadas, su biblioteca y el archivo escondido como parte de una gran ficción basada en la noción del secreto.