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La obra teatral La complicidad de la inocencia (2011), de Patricia Zangaro y Adriana Genta, indaga las actitudes de indiferencia y pasividad de la clase media para tratar de encontrar las raíces que neutralizan la consciencia social y el componente ético de un sector que aparenta esquivar la responsabilidad de actuar durante y después de la dictadura en Argentina (1976-83). Teniendo en cuenta el artículo de Bertolt Brecht, “Las cinco dificultades para decir la verdad” (1934), se cuestionan los hechos que orillan al individuo a ser cómplice, callar, someterse y ser parte de la inercia. El argumento en esta propuesta se aproxima al ejercicio de la complicidad como un fundamento regido por el miedo. Primero, el miedo infundado durante la dictadura conlleva al insilio del individuo que lo aísla, lo desplaza y crea barreras simbólicas dentro de su misma comunidad. En segundo lugar, el miedo adoctrina y guía el odio hacia el prójimo, a ese otro que es el subversivo. En última instancia, se observa cómo los efectos del insilio y el rechazo contra el otro afectan los comportamientos y las relaciones de una sociedad referida en la obra como mutilada. A raíz de esta propuesta, se abre la discusión en cuanto a qué significa subsistir en una cultura del miedo, cómo la sociedad aprende a vivir bajo estas circunstancias y si el miedo puede convertirse en comodidad. Estas cuestiones se intentan responder a través del análisis escénico de la obra y su texto dramático.